Se enamoró del carnicero
que vende los chuletones
desde que la inflación
le impide hacer la compra.
El señor de las chuletas
llega con risa de lobo
preguntando por la niña
que merienda picatostes.
Le contesta que es vieja.
Él le entrega el corte
de la carne más sabrosa
a cambio de la sonrisa
que los ochenta le pone.
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