Despierto a las dos y ha saltado
mi reloj inteligente una hora
sin yo decirle que cambiaban
el horario los señores de Europa.
Me resta una hora de almohada
sin pensar que yo ya duermo poco
este reloj de correa rosa,
batería eterna y sabelotodo.
No merece mi muñeca, pero dejo
que ocupe su espacio en mi puño.
Es caro. Es bonito. Es precios.
Es el reloj que me regaló mi esposo.
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