Ha llegado su amor a casa
con acento de Venezuela.
Le dice que Caracas es bonita
y le derrama siempre algo de leche
por la camisa que tiene limpia.
Es su amor una señora
llamada Jelis que lo acaricia
con un acento tan dulce como el beso
que siempre deposita en su mejilla.
Su mujer, anciana y callada,
los mira con el odio que se cultiva
con la edad que va sumando años,
derrotas y miserias más vivas.
Él le lanza un beso con la mano
que le queda libre del martirio
y le grita también ¡te quiero!
porque aún recuerda
aquellos días
siempre felices.
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