Él era viejo y ella era joven,
pero con ganas de heredar
la casa del hombre anciano
al que tanto quería cuidar.
Dormía a su lado.
Sonreía pensando
en la cuenta del banco.
Y lo acariciaba
notando sus años
en la piel marchita
de un hombre que marcha.
Él la miraba sonriendo, a veces,
y otras veces casi la odiaba
imaginando a otro, más joven,
en la misma cama
donde una esposa
rezara a los ángeles.
¿Cómo se llamaba
aquella esposa
de los padrenuestros
cuando él roncaba?...
Había perdido
entre sus olvidos
el nombre de aquella
señora que olía
a café y nata.
Ahora tenía
a la joven señora
que olía el futuro
despierta a su lado.
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