Quise a Pituso
antes de conocerlo
cuando me hablaron
del nuevo ternero.
Era marrón bonito,
con orejitas tiernas,
un hocico de hambre,
las piernas fuertes.
Corría por la cuadra
detrás de lo que fuera
y su madre miraba
callada y en silencio.
Un día el buen Pituso
casi mata a su dueño
de una coz de burro
siendo solo ternero.
Lloré cuando se fue
vivo al matadero.
Pituso moriría
joven, sano y fuerte.
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