Aquel beso que sabía
a sangre
y olía
a fuego
fue el fin de un viaje
por la autopista
en trayecto eterno.
Chocamos con un jabalí
que pensaba el pobre
que iba por la acera.
Le dimos un golpe certero
entre una ceja y la nariz fea.
Lo vi, llorando de risa,
mientras maldecías
como un hombre viejo.
Gritaste que estas herido
por culpa del bicho
que yacía muerto
sobre el asfalto
sin emitir queja.
Llegaron cuatro ambulancias,
seis patrullas rápidas,
el camión cisterna
de unos bomberos.
Les dije que se fueran todos
porque allí estaba
sana la enfermera
para darte mimos
y curar tus penas.
Pero quedaron
para oír las quejas
de un hombre grande
que se hizo pequeño
sacando de dentro
el niño que lleva.
Quien nada decía
era el jabalí
bello en su muerte
de animal fiero.
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